viernes, 29 de octubre de 2010

Los niños y los colores del jardín.

Arquitecto-Paisajista
Guillermo Chaves Hernández
2010

Uno de los hallazgos más bonitos que deseo destacar cuando estaba redactando el artículo anterior se refería a la forma en que aprendemos cuando somos niños. Parece muy simple, el aprendizaje de los colores, como de otros aspecto de la vida se relaciona con la manera en que se apropian del entorno a través de la asociación afectiva de los acontecimientos. (Gómez, 2002). Subrayo asociación afectiva porque es una de las formas en que aprendemos y nos proponemos alcanzar muchas de las metas en nuestra vida. (Otras formas son las que en la psicología se denominan cognitivas y conductuales).  Se cuenta con el poder motivacional que asociamos tanto al placer como al dolor y suele ser intensa durante los primeros años de vida. De las experiencias dolorosas también aprendemos. Pero podemos potenciar su comprensión del mundo si el contacto es con lo grato.  Una de las cosas que más produce placer en un niño es el contacto con la naturaleza y los jardines, es cuestión de ponerse a mirar sus descubrimientos para comprender que, para ellos, los materiales que lo constituyen son infinitos. No dejan de disfrutar intensamente, con entusiasmo y felicidad de esta forma agradable de conocer y entender el mundo. Prácticamente se convierte en un universo de peculiaridades inagotables. Tocar, oler, oír, ver y saborear, se involucran todos los sentidos y de esta manera desarrollan su afecto por lo que es significativo e importante.

Foto de Ricardo Chaves. No hace falta describir mucho el goce que estaba viviendo la niña en ese momento.
Es fácil comprender que no se necesita de grandes espacios y jardines caros y elaborados para lograr un espacio atractivo, tampoco un gran nivel de diseño y sofisticación. Un jardín que atraiga insectos, pájaros y pequeños mamíferos, que son para un niño anécdotas inolvidables con las que se familiariza con su entorno.  Hay demasiado concreto en espacios en los que juegan los niños. Mucho plástico y artificialidad en una fantasía prefabricada que cabe en una “cajita feliz”.
Los grandes, entre más grandes, nos damos cuenta de lo importante que son nuestros afectos cuando deseamos seguir aprendiendo de la vida y seguir disfrutando como niños de los descubrimientos en las cosas simples. La rutina de la vida suele ser aburrida y poco espontánea y nos reímos poco. Los convencionalismos y la vida programada hacen que pongamos barreras al contacto con el césped y la lluvia, construimos muchas inhibiciones.  Poco a poco perdemos contacto con la naturaleza y la vida al aire libre. Las aglomeraciones urbanas, especialmente en sitios marginales terminan por ser un medio destructivo para la conducta y salud anímica del niño, carente de una referencia con la frescura y frustrante. La educación se vuelve un componente del que mira el resto de formas de vida como bienes utilitarios.  Hoy estamos dando pasos para revertir esas formas distorsionadas de relacionarnos con el medio. Una sugerencia: hagamos jardines.

Jardín en cada de campo en las faldas del Volcán Irazú

A los paisajistas, con un gusto entrenado, también nos es fácil entender el goce de sembrar un jardín, hacer una huerta, tratar con amor la tierra y lo que ella nos ofrece. Los jardines no diseñados, que denominamos vernaculares, naïf, o simplemente “un jardín de campo”, tienen cierta magia por las combinaciones inusuales. Lo que me encanta de ellos es la exaltación del color y la textura en el cual podemos entrever que hay goce, cariño y de vez en cuando se les puede ver gozando de estos jardines a los niños.
Por eso no dejo de preguntarme: ¿hacia dónde hemos enfocado nuestros afectos?
Gómez Mayorga Cristóbal, (2002) El aprendizaje de los colores o la construcción del arcoíris       http://xtobal-educacioninfantil.blogspot.com/2010/01/el-aprendizaje-de-los-colores.html


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